Navarro Soler, Ramón

BIOGRAFÍA

Hijo de Ceferino Navarro y Carmen Soler, Ramón nació en Calanda el 2 de mayo de 1911. Albañil de profesión, se casó con Francisca Vallés Galve, calandina como él, de cuyo matrimonio nacieron tres hijos: Ceferino, Carmen y Ramón, éste último nacido durante la Guerra de España.

De ideología de izquierdas, poco sabemos sobre este calandino en los años previos al conflicto bélico. Durante la Guerra estuvo destinado en la 43 División y resistió en la denominada Bolsa de Bielsa hasta que sus componentes se vieron obligados a cruzar la frontera francesa a principios de junio de 1938. Fueron muchos los que regresaron a España para incorporarse de nuevo a la lucha en defensa de la República y Ramón fue uno de ellos. Combatió en tierras de Cataluña hasta la retirada masiva, producida durante las primeras semanas de 1939.

Mientras, la familia permaneció en Calanda en casa de los padres de Ramón, iniciando una etapa de sufrimiento que se mantendría en el tiempo mas allá del final de la contienda. Unas breves memorias de Francisca, la esposa de Ramón, nos explican, de forma sencilla pero clara, el periplo familiar desde los momentos en que, ante la inminente toma del pueblo por el ejército franquista en marzo de 1938, se refugiaron en una caseta que tenía el padre de Ramón en la huerta y desde allí conocieron los bombardeos ocurridos el 12 y el 13 de marzo, la huida de los republicanos y la toma de Calanda. Francisca y Pilar –hermana de Ramón- tuvieron el valor de regresar a su casa y la encontraron “llena de milicianos y moros que estaban comiendo todo lo que teníamos. Estaba todo tirado por el suelo...”. Un saqueo generalizado que afectó “a todas las casas abandonadas por sus dueños huidos”. Las dos mujeres volvieron a la huerta y ya no pudieron regresar al pueblo. Las ocho personas que componían el grupo iniciaron un camino lleno de penalidades, riesgos y miedo que les llevó por Torrevelilla hasta Villarreal, en Castellón, donde se instalaron provisionalmente. Hubo bombardeos y siguieron hacia Valencia. En la ciudad pasaron múltiples apuros hasta que se trasladaron a Alberique, lugar donde el Ayuntamiento los instaló en una casa particular, pudiendo mejorar la situación, logrando una cierta estabilidad gracias a que Pilar encontró trabajo en uno comedores y también -según decía- “porque mi marido nos enviaba algún dinero”. 

Al finalizar la Guerra los destinos de la familia tomaron rumbos diferentes, mientras que Ramón había salido al exilio a principios del mes de febrero y era internado en los campos del sur de Francia, la familia, que había permanecido en Valencia, inició el regreso en tren por Teruel y Zaragoza y en autobús por Alcañiz, hasta llegar a Calanda. En este último trayecto coincidió con un familiar quien le informó que a su cuñado lo habían matado al poco de entrar los fascistas y que a su padre “se lo llevaron preso y no supieron más de él”. Con estas informaciones podemos imaginarnos los sentimientos de indignación y miedo que les embargó. Las palabras de Francisca son lo suficientemente elocuentes respecto al drama que les tocó vivir a su llegada a Calanda, donde los desmanes de los grupos de falangistas, que aguardaban con ansia la llegada del autobús de línea para ver quienes regresaban, superaron lo imaginable, con palizas indiscriminadas y varios asesinatos cometidos al amparo de la noche:

Llegamos a Calanda muertos de miedo, y enseguida nos cogió la Guardia Civil; nos llevaron a la cárcel, y como yo llevaba niños pequeños llamaron a la familia para que vinieran a buscarlos (...) Mi hijo pequeño no se quiso marchar de mi lado y se quedó conmigo en la cárcel. Nos pusieron en una habitación pequeña, y allí estábamos unas veinte mujeres como chinches (...) íbamos llenas de piojos. Por las noches oíamos los gritos e dolor de los hombres por las palizas que les daban. Aquello era horroroso. Me impresionó tanto que me pasé toda una noche llorando. Como no tuvimos ninguna denuncia, a los tres días nos sacaron (...) Cuando llegué a casa me enteré de todo lo que había pasado durante la guerra. A mi hermano y a mi sobrino, que habían llegado a Calanda antes que nosotros, los cogieron en el autobús junto a otras personas, se los llevaron a una fábrica, y allí los encerraron sin pasar por el cuartel de la Guardia Civil. Por la noche los cogieron a todos, los llevaron a las afueras del pueblo y allí los mataron (...) Supe que mi padre estuvo ocho días preso junto a más de veinte hombres y mujeres, algunas de ellas embarazadas (...) una noche los cogieron en un camión, los llevaron al cementerio y después de hacerles muchas calamidades los mataron.

Ramón estuvo interno en el campo de refugiados de Argelés desde donde, según las palabras de su esposa me escribió diciéndme que quería venir, y yo le dije que no, que esta gente había acabado con toda la familia, y haría lo mismo con él". Siguiendo estos consejos, Ramón, quien estuvo también varios meses en el campo de Barcarés, se alistó en la 89 Compañía de Trabajadores, saliendo con destino a los Alpes Marítimos donde –según su vecino y deportado Pascual Castejón (Calanda, 1914-2005)- "el trato era aceptable, si bien las jornadas de trabajo eran larguísimas y la comida escasa. En una de esas compañías coincidí con varios calandinos Gualberto Escuin, Ramón Navarro, Enrique Gascón, Félix Navarro y Manuel Gascón (...) fuimos conducidos por los gendarmes a los Alpes Marítimos, donde nos dedicamos a ensanchar las carreteras de la frontera italiana. Nuestro sueldo cincuenta céntimos diarios, a condición de no caer enfermo, en cuyo caso, no se cobraba nada". De esa época corresponde la fotografía conservada por la familia de Ramón, donde aparece rodeado de estos calandinos.

El testimonio que nos ha legado Pascual Castejón nos sirve para conocer el itinerario de Ramón desde el campo francés hasta su deportación a Mauthausen. Tras la invasión de Francia por los alemanes, en el mes de mayo de 1940, siguieron jornadas de desconcierto y desorientación hasta que fueron detenidos el 20 de junio de 1940 en la región de los Vosgues y conducidos al stalag XIB en Fallingbostel, donde permaneció los dos próximos meses.

Su deportación tuvo lugar durante la primera semana de septiembre de 1940: el día 5 partió un convoy, hacia un destino desconocido, con unos 200 republicanos a bordo, entre los que figuraban 35 aragoneses y, entre estos, sus vecinos compañeros de Compañía citados. El día 8 llegaron desfallecidos a la estación de Mauthausen, tras un viaje que había durado tres días, sin apenas comida y hacinados en unos vagones con escasa ventilación que mantenía una constante sensación de agobio y asfixia. Tras descender de los vagones fueron conducidos, de inmediato, al campo donde a Ramón se le asignó la matrícula 4386.

En Mauthausen pasaría, como la mayoría de los republicanos, por la terrible experiencia de la cantera hasta que, el 24 de enero de 1941 se organizó un gran traslado de republicanos al cercano campo de Gusen. Uno de ellos fue Ramón y en su nuevo destino se le identificó con la matrícula 9478, y allí penó las duras condiciones de vida y de trabajo esclavo al que fue sometido hasta que falleció, medio año más tarde, el 28 de julio de 1941.

Fuentes:

CASTEJÓN, P. y MINDAN, J.: Memoria en carne viva. Ed. S. Castejón, Barcelona, 2005.

VALLÉS GALVE, Francisca. Memorias inéditas.