BIOGRAFÍA
Residente en Cataluña, donde debió trasladarse con a sus padres de muy joven desde Maella, lugar en el que nació el 24 de junio de 1910. Entró en contacto con el movimiento comunista que se estaba formando sobre 1935 y fue militante del PSUC desde su formación en 1936. Durante la guerra estuvo destinado en el frente de Aragón donde actuó como comisario. Exiliado al final de la guerra, fue internado en los campos de Saint Cyprien, Argelès (4 de enero de 1940) y Agde. Tras la ocupación nazi fue detenido e internado en el campo de Sainte Anna y deportado a la isla de Aurigny (en el Canal de la Mancha). Finalizada la Segunda Guerra Mundial, se instaló en París y desde allí colaboró en los trabajos de formación, prensa y propaganda comunista del interior. Falleció en la población de Aguessac, Avairon en 1998.
Su testimonio, fue recogido por Montserrat Roig en su obra "Els catalans als camps nazis" de donde hemos tomado los siguientes párrafos:
“El campo (Nordeney) reunía todas las condiciones de un campo de exterminio. Era una gran masa rocosa sin posibilidad de escaparse. Las enfermedades infecciosas abundaban y muchos cadáveres fueron lanzados al mar para ser engullidos por los tiburones. Así murieron más de seiscientos soviéticos. En el campo no había agua potable y los deportados se lanzaban sobre la hierba que crecía a la orilla de los caminos que los conducían a la cantera. Con la primera expedición del mes de febrero de 1942, llegó Guzmán Bosque (esta parte es tuya o copiada del libro??): “El día 1 de febrero, al amanecer, los SS ocuparon militarmente el campo de Brest. Formaron dos expediciones una hacia Cherbourg y otra hacia Jersey. En Cherbourg, nos encerraron en un cuartel durante cuatro días. Dormíamos encima del cemento y hacía mucho frío. El tercer día, nos lo hicieron pasar completamente desnudos por la visita médica. Al día siguiente nos trasladaron al arsenal de Cherbourg hasta el 21 de febrero por la noche.
A las doce de la noche vinieron los SS con sus perros y no nos dieron tiempo para recoger nuestras miserias. Los camiones estaban encarados a la puerta y, en cada lado, había una fila de SS. Cuando el camión ya estaba bien lleno se dirigió hacia el puerto. Nos hicieron subir en cuatro barcazas y a las siete de la mañana ya estábamos en la isla de Aurigny. Pasé unos días sin saber dónde estábamos. Nos esperaba el comandante, quien sólo nos hablaba en alemán. Nos hicieron caminar, a golpes durante cuatro kilómetros y llegamos a un campo rodeado de alambradas. Nos encerraron, a casi los trescientos que éramos, en una barraca. No cabíamos y nos teníamos que empujar para conseguir un poco de sitio.
(...) Enseguida, sin dejarnos descansar ni comer, formaron los comandos de trabajos. Recuerdo que tenía a mi lado un hombre muy viejo, de Gerona, que a duras penas lo resistía. Unos fuimos a la cantera, que era subterránea, toda llena de túneles. Los ingleses la habían utilizado para sus presos comunes. Otros fueron de cargadores al puerto, un trabajo que era muy duro, porque no parabas de recibir golpes de los SS, y otros fueron enviados a la construcción de un muro antitanques. En el campo no tenían condiciones higiénicas de ningún tipo. Sin agua ni luz. Comían sólo dos veces: por la mañana y por la noche y trabajábamos con la humedad y bajo la lluvia, sin cambiarnos nunca de ropa, totalmente incomunicados. Trabajábamos once horas cada día y caminábamos cuatro kilómetros por la mañana y cuatro kilómetros por la tarde. Ayudábamos a los más débiles a resistir. Recuerdo un catalán a quien decíamos el “Nano”, que recibía doble ración de parte nuestra.
En el campo no teníamos asistencia médica. Si alguien se encontraba enfermo, tenías que ir a trabajar igualmente y entonces podías pedir permiso al kapo, quien, si le venía de gusto, te enviaba otra vez al campo, y vuelve a caminar los cuatro kilómetros... Un día había diluviado sin parar. Estábamos empapados y, por la noche, en lugar de hacernos volver al campo, nos obligaron a quedarnos en un cobertizo con corrientes de aire por todos lados. Al día siguiente tenía una bronquitis que todavía arrastro. Hice los cuatro kilómetros para ir a la enfermería, pero el enfermero, un trabajador voluntario, no me quiso visitar porque decía que yo me había comido su gato y que por eso estaba enfermo... ¡Y otra vez los malditos cuatro kilómetros para ir a trabajar!.
Al cabo de un tiempo, me pusieron a guardar cerdos. Y tengo la satisfacción de decir que los alemanes no probaron ni una costilla. No les daba comida, les metía agua por las orejas y los volvía locos, sólo les daba golpes. Se murieron veintitrés y el veterinario, un alemán SS, viendo el aspecto de los que quedaban, los cuales no llegaban a pesar ni cincuenta kilos, los hizo repartir entre los presos. El veterinario me preguntó de qué trabajaba en España. Le contesté que era albañil y el hombre se puso las manos a la cabeza.
Los judíos vivían en barracas a parte, pero hacíamos la mayor parte de las cosas juntos. Dos actos de solidaridad con ellos rompieron el fuego contra los alemanes. Era septiembre de 1941 por la noche, Teníamos que pasar por una playa. Cuado estábamos delante del mar, el SS que nos acompañaba empezó a golpear a un judío. Los republicanos protestamos y entonces el SS clavó la vara en la cara de uno de los nuestros. Se armó un gran escándalo. El SS mandó dar media vuelta y quedamos frente al mar. El SS, con toda la guardia y sus perros, nos ordenaron que entrásemos en el agua. Los judíos habían quedado en primera línea y empezaron a meterse en el agua, pero cuando nos tocaba a nosotros un republicano gritó:
-“¡Nosotros no entramos, hijo de puta!".
El SS, enfurecido, pidió quien había hablado. Se presentó un chico madrileño. El nazi llamó al intérprete, un ex brigadista internacional húngaro, y le dijo que nos advirtiese que todos los republicanos tendríamos una mala noticia al llegar al campo. Al siguiente domingo, nos reunieron a todos. Judíos y republicanos, en una gran explanada y, delante nuestro, empezaron a martirizar a los judíos: los hacían correr, saltar, les lanzaban al suelo, les golpeaban en el vientre, en el estómago. Los republicanos gritaron protestando y nos dijeron, los SS, que si no éramos buenos chicos nos harían lo mismo. Y así lo hicieron: gritamos seis o siete de nosotros, en los cuales estaba yo, y nos torturaron igual que a los judíos...
Hacia finales de octubre nos trasladaron a Brest. En el campo de Saint Pierre nos reunimos con republicanos de otras prisiones. Todos, también los judíos, íbamos con un mono negro y un brazalete donde ponía RS, rojo español. Había muchas abstenciones y hacíamos sabotaje continuamente. Teníamos que levantar paredes de gran espesor para montar los muelles submarinos de la Todt. También hacíamos el “tapis raulant”. En el hormigón poníamos en lugar de cemento arena y grava y cuando desencofraban se producía un gran agujero. No queríamos salir de las barracas y nos sacaban a golpes de pico. Así mataron a uno de los nuestros, un republicano muy joven. “El Cara Quemada”, el comandante del campo, nos amenazaba en las formaciones: nos decía que si de un compartimiento se fugaba uno solo, que fusilaría todo el compartimiento. Aquella misma noche se fugó todo un compartimiento, veinticinco hombres. El campo estaba revuelto. Teníamos una organización de resistencia muy fuerte. Recibíamos La Humanité clandestina y nos la pasábamos de mano en mano.
El día de la victoria de los aliados lo supimos gracias a unos campesinos de Jersey que escuchaban la radio en un subterráneo. A nosotros todavía no nos habían liberado y fuimos Doménech, Valls y yo a ver al gendarme alemán que había en la kommandantur para decirle que queríamos celebrar la victoria: “porque éramos antifascistas”. El comandante de poco nos fusila. Si hubiesen estado todavía los SS, no hubiéramos salvado la piel...”