BIOGRAFÍA
Josefina Clavería ha guardado durante años las cartas que su padre Agustín, a quien no conoció, les escribió a ella y a su madre, Josefina Pastor, desde su exilio en Francia. La primera fue remitida el 7 de diciembre de 1939 y la última está fechada el 14 de abril de 1940. Se trata de un total de catorce cartas que Josefina nos mostró días después del homenaje que, el 6 de mayo de 2006, se realizó, en Urrea de Gaén a los deportados nacidos en los municipios que conforman la actual comarca del Bajo Martín.
La Guerra de España tuvo unas consecuencias especialmente dramáticas en Albalate: más de cuarenta vecinos hallaron la muerte de forma violenta, durante las primeras semanas del conflicto. La primera víctima, el 22 de julio, fue el propio alcalde de Albalate, el socialista Jorge Pina Casorrán, por haberse puesto al frente de los defensores de la legalidad republicana, ante los ataques violentos de los rebeldes, quienes lograron hacerse con el control de la localidad. La llegada de las milicias procedentes de Cataluña y del Bajo Aragón cambió radicalmente la situación. En el nuevo contexto, Agustín Clavería (Royete) fue un hombre activo, del sindicalismo cenetista en Albalate, al asumir un puesto en el primer Consejo Revolucionario que se formó, a primeros de agosto de 1939.
El 13 de marzo de 1938, Albalate fue tomado definitivamente por las tropas golpistas y fueron muchos los vecinos que abandonaron la localidad. Agustín, por lo poco que sabemos, se retiró con su mujer y su familia, estableciéndose en la ciudad de Manresa (Barcelona) donde quedaron hasta que, una vez finalizada la guerra, regresaron a Albalate, menos Agustín quien fue uno más de los cientos de miles que cruzaron la frontera francesa hacia el exilio.
Desde el campo de Saint Cyprien remitió la primera carta de las conservadas, fechada el 7 de diciembre de 1940, por la que se deduce que los esposos habían podido mantener correspondencia con regularidad hasta entonces: “He recibido vuestra estimada y cariñosa carta fecha 27 de mes pasado la que me ha producido una inmensa alegría al saber que mis seres queridos se encuentran disfrutando de buena salud, que es lo que yo más deseo”. Josefina, conocedora de las penurias de Agustín, intentaba ayudar a su marido enviándole alguna cantidad de dinero, aunque hay que decir que él se mostraba muy prudente, utilizando eufemismos al comunicarle que lo había recibido: “Te voy a comunicar que he recibido las dos postales que me has mandado una grande y otra pequeña por lo cual me he alegrado mucho pues en eso veo lo que tu serías capaz de hacer por mí. Que contento que estoy con mi mujercita, pero debo decirte que por ahora no me mandes más, guárdalas para ti y para nuestra hija, si me hace falta más adelante ya te lo mandaré a decir”.
Al campo de Saint Cyprien habían ido a parar varios miles de republicanos españoles; su situación era desesperante: a las bajas temperaturas tenían que sumar una deficiente alimentación y soportar la inactividad. En la carta del 7 de diciembre que comentamos, Agustín explicaba cual es su situación en el campo: “...de aquí no tengo nada de particular que comunicarte estoy con el Rito y su hermano y el Manolo, “el Tranca” todos en la misma barraca lo pasamos bien pero tenemos muchas ganas de salir a trabajar y de que se termine esta vida tan aburrida, aquí el que tiene algún conocido en Francia sale enseguida a trabajar pero los que no tenemos a nadie tenemos que aguantar hasta que quieran sacarnos. Josefina si encontráis la dirección de esos conocidos de tu madre o alguna otra dirección me la mandas que me valdría mucho”.
Agustín sabía que sólo podía salir del campo si le reclamaba para ir a trabajar fuera y era por ello por lo que reclamaba a su esposa la dirección de cualquier conocido para poder integrarse laboralmente fuera de las alambradas del campo, superando el aburrimiento, la inactividad y el desasosiego por la separación con los suyos. Agustín se acabó alistando en la 106.ª CTE que se formó en este campo, durante los días previos a la Navidad de 1939, siendo destinada a la región de la Alsacia desde donde le escribió a su mujer, el 28 de diciembre, comunicándole su nuevo destino y dirección: “Josefina la presente sirve para comunicarte que he salido a trabajar en una Compañía de Trabajadores Españoles aquí estoy mejor que en el campo pero estoy en una tierra que hace mucho frío, a la otra carta te contaré la vida que hacemos pues llegamos ayer”.
Los aspectos básicos como eran el abrigo y comida los tenia cubiertos suficientemente lo que le llevó a insistir a Josefina, el 16 de febrero, utilizando el lenguaje de una forma sutil que no le envíe dinero “(...) el regalo que me mandas lo he recibido bien pero no me mandes más, porque aun que gano poco no me hace falta”, insistiendo el 25 de abril en las condiciones de vida en su nuevo destino: “Vivimos en casa de madera, tenemos para camas tablas y una colchoneta de paja, la comida es buena, el trabajo se puede llevar, trabajamos todos los días menos los domingos y este día lo paso lavándome la ropa y cosiendo si me hace falta coser algo, diversiones aquí no hay porque es un pueblo muy pequeñito y además como no entiendo el francés ni ellos nos entienden a nosotros aunque hubiese sería igual (…) así que ya ves que vida hago más aburrida (...) por carta es muy difícil de contarlo todo porque necesitaría un imprenta”. Tenía que escribir por la noche, puesto que la jornada laboral era muy larga y en la barraca de madera no había luz eléctrica, como leemos en la carta del 6 de marzo “(…) perdóname por la letra tan mala pues como tengo que escribir de noche y no tenemos luz eléctrica con el candil se escribe mal”, y tres días más tarde insistía sobre lo mismo: “te estoy escribiendo sentado en la cama porque como venimos tarde del trabajo nos acostamos enseguida que es donde mejor se está”.
Josefina había quedado en Manresa y Agustín, en la carta del 25 de febrero, se interesaba sobre su regreso al pueblo: “(...) cuando me contestes me dirás algo del viaje que llevasteis cuando vinisteis de Manresa”; debía conocer la represión ejercida por las nuevas autoridades franquistas por lo que insistía, el 11 de marzo, por saber cómo había sido la vuelta de Josefina y su familia a Albalate: “ya me contarás algo de tu padre y de los días que estuvisteis al llegar al pueblo, aunque muchas cosas me las dirás cuando yo vaya a tu lado”. No todo se podía explicar por carta y las de Agustín dejaban entrever el temor por la seguridad de Josefina, como se deduce del siguiente comentario en la carta del 7 de diciembre: “según veo sigue tu madre y Encarna viviendo en esa, pues se me hace muy extraño que no hayan ido al pueblo, de lo que me dices que van muchos a donde está tu abuelo Agustín ya me lo figuraba yo”. Lo que decía en realidad era que había entendido el mensaje que se estaban fusilando a muchos detenidos -entre ellos a su hermano Mariano el 12 de agosto de 1939- puesto que su abuelo Agustín estaba muerto desde hacía años.
Josefina tuvo que enfrentarse a la situación buscando unos ingresos económicos que le permitiesen tirar hacia delante por lo que decidió buscar trabajo en Zaragoza, en noviembre le había comunicado a Agustín los cambios que había hecho y cómo había dejado a su hija al cuidado de los abuelos. La niña quedó en Albalate y cuando su madre y su hermana volvieron al pueblo, a finales de año, se hicieron cargo de su cuidado, lo cual llenó de satisfacción y agradecimiento a Agustín: “También me dices que nuestra querida hijita está muy hermosa y que tus padres están muy contentos de tenerla, además la mantienen de su cuenta. Pues sobre esto yo te comunico que estoy muy contento de que la tengan ellos, además lo que hacen por nuestra Finín yo nunca lo olvidaré”.
Las cartas conservadas por la hija de Agustín se acaban con la remitida el 14 de abril de 1940, en que se mantiene el tono de las anteriores manifestando de forma repetida las ganas de volver a encontrarse con los suyos para explicarles todo lo que le ha sucedido. No sabemos si hubo alguna carta más, pero las circunstancias de la vida de Agustín las podemos deducir por los acontecimientos de carácter general vividos por los miles de republicanos detenidos por los alemanes a partir de la invasión de Francia durante el mes de mayo.
Los miembros de la compañía de Agustín fueron detenidos por los alemanes el 22 de junio de 1940 en Sant Dié, una población de la región de los Vosgues. Posteriormente, tras haber pasado un tiempo detenidos en el frontstalag 140 en Belfort, fueron transferidos al stalag XI B Fallingbostel, y el día 25 de enero salió en el mayor convoy con deportados republicanos, con un total de 1472 españoles. Viajaron hacinados en los vagones de un tren de mercancías cerrados desde el exterior con cerrojos. Sin espacio, tenían que viajar de pie y a duras penas pudieron estirarse para descansar, haciendo turnos, durante los dos largos días que duró el trayecto. Los alemanes les dieron al inicio del viaje un trozo de pan, un poco de salchichón y agua.
La madrugada del día 27 el tren realizó una nueva parada de las varias que había hecho en su trayecto. Pero esta era la última, habían llegado a su destino: Mauthausen. Fueron conducidos al campo en un impresionante desfile en medio de los golpes y los ladridos de los perros de los guardianes. A su llegada les tomaron la filiación y a Agustín se le adjudicó la matrícula 5259. Su estancia en el campo fue de tan sólo de once días al fallecer, por causas que desconocemos, el 7 de febrero de 1941.
Atrás quedaron los sueños del rencuentro familiar y Josefina, con la angustia ante la falta de noticias de Agustín, siguió enviando cartas que nunca fueron contestadas. Una incertidumbre que sólo años más tarde fue clarificada con la recepción de un escueto certificado que señalaba la defunción de su marido en una fría, lejana y desconocida región de Austria, en un lugar de difícil pronunciación y que nunca llegó a aprender. Su hija Finín no pudo disfrutar de las caricias, ni de los consejos de su padre, pero siempre ha reivindicado el derecho a su memoria y el valor de su sacrificio, quizá como reconocimiento al cariño que Agustín transmitía en aquellas cartas tan queridas y releídas, pero que nunca suplieron su ausencia.
Texto: Juan M. Calvo Gascón