BIOGRAFÍA
Desde Sariñena, Cruz Ullod, nos remite esta semblanza de su tío-abuelo Miguel Pardina, combatiente republicano de la "columna Durruti" que se vió forzado al exilio tras la derrota republicana. Sólo añadir que Miguel Pardina, desde los campos del sur de Francia, salió alistado en la 107 CTE y que tras su detención por los alemanes en la primavera de 1940, fue ingresado como prisionero de guerra en el frontstalag 142, ubicado en la localidad de Besançon y de allí fue trasladado al stalag XI-A a principios del mes de enero de 1941.
Lo único que mi abuela sabía de su hermano Miguel es que “había muerto en un horno de los alemanes”. Yo siempre se lo había oído decir y recuerdo el primer día que vimos su nombre escrito en un libro, era Triángulo azul de Mariano Constante y Manuel Razola . Nos lo facilitó el cura de Pallaruelo de Monegros, el pueblo de Miguel:
-¡María, María, he encontrado a tu hermano en este libro!.
Hasta entonces, nada. Recuerdo la carta que mi abuela guardaba como un tesoro –ahora soy yo su guardiana y la que me toca transmitir su historia- Las últimas noticias que la familia tuvo de Miguel datan del 16 de abril de 1941, enviada desde el Stalag XI A, apenas cinco meses antes de su muerte, 12 de septiembre de 1941. Stalag en alemán significa “campo de origen” y pasó a denominar a aquellos lugares que los nazis habían reservado para los prisioneros de guerra y que para los españoles se convirtió en la cruel antesala del campo de exterminio.
En dicha carta, escrita a lápiz, aparecen los cuños de la censura alemana (la esvástica y el águila) y de la censura gubernativa de la España de Franco (también un águila, en este caso acompañada del yugo y las flechas). Irónicamente dice “que está bien por momento”, qué poco sabía él del trágico destino que le esperaba: Mauthausen.
Según M. Constante varios meses después del internamiento de los prisioneros en los Stalag, los alemanes autorizaron a todos los presos, menos a los republicanos españoles, a que pudieran escribir a sus familias. Tras complejas gestiones ante la Cruz Roja Internacional, se permitió también a los prisioneros españoles enviar cartas, pero con una limitación: su destino únicamente podía ser Francia. Habría que esperar al invierno de 1941 para que se permitiera el envío de correspondencia a España. Las cartas debían escribirse en un pliego especial donde apenas cabían unas pocas líneas.
Consciente de las dificultades que tendría que sortear cualquier clase de envío antes de llegar al campo, Miguel recomienda que “si mandan alguna cosa la envíen toda mejor arreglada que puedan”. Su familia trató por todos los medios de hacerle llegar un paquete con comida pero todos sus esfuerzos resultaron inútiles. Nunca más se supo de él.
En el Livre Memorial editado por la Fondation pour la Mémoire, París se recogen las llegadas de los Republicanos españoles al KL Mauthausen, allí pudimos ver que a Miguel se le asignó el número 4525.
Natural de Pallaruelo de Monegros (Huesca), hijo de Rufina y de Miguel, era el tercero de una familia de nueve hermanos, mi abuela María era la pequeña y tenía debilidad por su hermano Miguel. “Era muy guapo y muy alto”. De ideas anarquistas, militaba en la CNT e incluso salió al balcón en la plaza del ayuntamiento de Sariñena junto a Durruti. Era “de los de la punta alante”, es decir, de los destacados y valientes. A mediados de los años treinta trabajaba como ferroviario en Sariñena, junto con otros dos hermanos, Cristóbal y Tomás. Alejandro, el quinto de los hermanos, murió en el frente, en Las Rozas (Madrid).
Siempre me he preguntado qué clase de muerte tuvo mi tío abuelo: ¿se caería por las malditas escaleras de la muerte? ¿sufriría alguna brutal paliza? … El año 1941 fue, precisamente, cuando hubo la mayor mortandad de españoles, al igual que él, casi cien monegrinos sufrieron el horror de Mauthausen. En nuestra comarca apenas somos unos 15000 habitantes, por lo que es fácil deducir la sangría que el horror nazi ocasionó.
En el año 2009 tuve la ocasión de viajar con cinco de mis alumnas a Mauthausen gracias a la Amical, no es fácil resumir en unas líneas lo que aquel viaje supuso para mí. Tenía la necesidad de ir, de conocer ese lugar de tan maldita memoria en mi familia y en mi comarca. En lo que habían sido las cámaras de gas dejamos una placa con los nombres de todos los monegrinos que sufrieron este horror así como una fotografía de Miguel, la única que mi familia conserva y que yo tengo en mi comedor.
Texto: Cruz Ullod Borruel